El 8 de abril el Washington Post publicaba un artículo sobre un experimento que había ideado su crítico musical Gene Weingarten. Consistía en comprobar hasta qué punto identificamos la belleza o necesitamos que alguien nos diga qué es bello. La forma de comprobarlo fue poner a posiblemente el mejor violinista del mundo, Joshua Bell , con uno de los mejores violines del mundo, su propio Stradivarius de 1713, interpretando algunas de las más bellas obras de la música clásica, el Chaconne de Bach, el Ave María de Schubert, algo de Massenet... Se trataba, repito, de ver si la gente identifica la belleza que se muestra de forma inesperada. Traduzco (de aquella manera) el tercer párrafo del artículo, titulado Perlas antes del desayuno : Todo el que pasaba tenía que elegir rápidamente, algo normal para los viajeros de cualquier ciudad donde los músicos callejeros forman parte del paisaje: ¿Paras y escuchas? ¿Pasas rápidamente con una mezcla de culpabilidad y enfado, consciente de tu tacañerí